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Lado B / El jardín etéreo El Norte. 2 Octubre 2010





por: Marco Granados


El jueves pasado se inauguró en la galería Alternativa Once la expo “en un amanecer, un jardín” de

María Fernanda Barrero, pieza de arte de instalación en sitio específico con la que, en cierta forma,

concluye un ambicioso proyecto que ha venido realizando desde hace poco más de dos años, cuando

obtuvo su Maestría en Artes Visuales en la Slade School of Fine Arts de Londres.

Egresada de la UDEM, Barrero ha encontrado en el papel bond el soporte ideal para la ejecución del

grueso de su proyecto artístico. Si bien al día de hoy además ha empleado otros materiales similares y

plantas vivas, es en el papel de distintos gramajes donde deja patentes las características principales de

su trabajo. Sobre todo cuando, como en este caso, se trata de proyectos para espacios internos en los

que puede tener un mayor control sobre el material.


Para Alternativa Once hace una suerte de extensión del proyecto que le sirvió para obtener su grado de

maestría, en el que “tapizó” completamente el interior de su dormitorio londinense. Sin embargo,

ahora en las salas de la galería integra otra variable en la que recrea un jardín pletórico de plantas,

flores y enredaderas a escala natural y con una minuciosidad que aterra sólo de pensar en su

elaboración.


Más allá de quedarse en el mero acto contemplativo, Barrero propone que el hecho de “literalmente”

adentrarse en la obra, genere una respuesta sensorial inmediata.

El tono blanco de paredes, pisos y techo, aunado a la exuberancia y cuidado extremo de los objetos

representados o recubiertos y la iluminación artificial, terminan por volver la exposición una

experiencia que flirtea entre lo etéreo y lo aséptico.


Con el riesgo inminente y constante de caer en lo panfletario y/o políticamente correcto “en un

amanecer, un jardín” no pretende apologizar el tema de la sustentabilidad y sí, en cambio, provocar

una reflexión unipersonal acerca de la capacidad de asombro y de respuesta a estímulos específicos

que todavía hoy tenemos.


Por ejemplo, el hecho de requerir entrar sin zapatos y en grupos pequeños a la sala no es para nada

gratuito y, por el contrario, se vuelve un gesto que reafirma la circunstancia de vulnerabilidad en la

que aceptamos quedar al estar ahí.


La paradoja al final se ubica en aceptar que justamente el prístino marco blanco resulta casi hiriente y

como terapia de choque, pues nos despoja de las múltiples codificaciones y ocupaciones que hemos

terminado por autoasignarnos, obligando a encontrarnos con nosotros mismos y con algunas de las

respuestas más básicas, pero más directas y sinceras que siempre hemos tenido, lo cual ya de entrada

es bastante.





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